De asesinos en serie hay muchos filmes. Algunos más acertados que otros, con villanos más memorables, o protagonistas más carismáticos. Pero de los últimos treinta años, todos van tras la estela de The Silence of the Lambs. Y Longlegs no iba a ser la excepción.
Hay una estética, y es relevante. Eso es innegable. Oz Perkins encuadra para crear sensaciones, para narrar algo y sugerir. Quizá su fotografía se siente impersonal, sobre todo porque abusa de esas iluminaciones y esos juegos de cámara tan A24 (sin serlo) tan «modernos».
La historia, como decía, es otra vena salida del tronco de The Silence of the Lambs. Joven del FBI se enfrenta en su primer caso a un peligroso asesino en serie. Y créanme, Maika Monroe en el papel principal brilla. Pero no hay la audacia ni la trascendencia de la de Demme.
Aspectos positivos: aparte de la presencia de Monroe, si uno siente simpatía por los trabajos más desquiciados de Nicolas Cage aquí hay una fuente de placer infinito. Posee atmósfera, y no se lía con el tono. Es una película que se ve con facilidad.
Lo no tan positivo: Perkins se pierde en su mitología y en la escritura. Despliega una semblanza del personaje de Monroe ambivalente, no se muestra firme a la hora de construir capas de significado. Ella parece ser muchos personajes a la vez, sus acciones resultan confusas.
Longlegs tiene buenas ideas y una dirección interesante. ¿Es una mala película? No. ¿Es una buena película? Tampoco. ¿Es una película que ofrece un policíaco de tintes psicológicos bien interpretado y la capacidad para llenar una noche de octubre? Podría ser.