Me han surgido diferentes ideas viendo esta película de nuevo después de tantos años. Vamos a ver si dejo por aquí algunas de ellas.
1. Hay una épica de esas que marcan época. Su carácter de grandeza, de grandes cosas, de grandes viajes y grandes amistades se palpa en cada minuto de metraje. Todo es grande, expansivo, desproporcionado incluso. Esto es lo que nos capturó a todos en los dos mil, sin duda.
2. Resultado de esto, quizá su principal problema es que en ella viven dos películas (puede que más), cada una con su tono y sus particularidades. La comedia y la ligereza de determinados momentos no parecen sentarle particularmente bien, e incluso provoca cierta contradicción.
Hay inmensa tragedia, no solo explícita, sino implícita: el mundo se viene abajo y hay que bajar al barro para solucionarlo. Si es que se puede. Por ello, cuando juguetea con lo cómico hace que se diluya una inevitabilidad que la obliga a compensar por otros sitios.
3. Lo que sigue es algo que forma parte de la marca de estilo de Tolkien, y por lo tanto no lo considero un problema. Simplemente lo apunto. Los personajes no padecen grandes conflictos internos salvo un par de momentos aislados. La tragedia y la épica vive en otro lugar.
No hay grandes cuestionamientos, ni grandes zonas grises con las que haya problemas a la hora de posicionarse. Hay héroes incorruptibles y villanos terribles. Pero repito: no es un problema, es un hecho. Incluso podría decir que le sienta bien. No es ese tipo de obra.
4. Peter Jackson no parece encontrar su lugar en lo referente al ritmo, avanzando de un modo desigual a través de diferentes set pieces (eso sí, de innegable fuerza). El paso por Moria es imponente, la huida de Arwen con Frodo también: corta el aliento.
La instrospección que se propone en Lothlórien es maravillosa y profunda. Por eso no se explica que Jackson lo embarre con momentos absurdos más propios de una opereta (ese Nazgûl que escapa de Aragorn como un niño travieso, por ejemplo) que de la gigantesca épica que adapta.
5. Su imagen es, en la mayor parte del metraje, muy poderosa. Es fácil recordar el Dolly Zoom cuando Frodo mira al camino, cuando Arwen se enfrenta a los Nazgûl en el río, cuando Gandalf le impide el paso al Balrog, cuando los Nazgûl entran en Bree.
Posee una belleza innegable y, lo más importante, arrebatadora y memorable. Apuesto a que si la habéis visto habréis podido visualizar esos momentos que menciono con mucha facilidad (y más que hay). Es hermosa en muchos sentidos.
6. La partitura de Howard Shore está a otro nivel. Con dos compases me veo en la Comarca, en Moria, en Isengard. En la Tierra Media en general. Es una banda sonora de las que apenas quedan, de las que crean escuela. Enorme.
7. Actuaciones: está ahí Ian McKellen, y solo con eso la obra en su conjunto se alza un poco más. Su Gandalf es formidable, su gestualidad, su voz. Pero hay más actores por los que también habría que romper una lanza: Elijah Wood está francamente bien, igual que Viggo Mortensen.
¿Los demás? Se mueven entre buenos trabajos, trabajos con oficio y trabajos no muy inspirados. Hay de todo, lo que convierte este apartado en uno particularmente irregular.
8. Hay una cosa que hay que reconocerle: el amor que destila Peter Jackson por la obra de Tolkien. Casi se puede respirar en cada plano. Y esto es algo que muchas veces, falta: que el autor sienta veneración, obsesión, verdadera pasión por el material que trabaja.
9. Como punto de partida para lo que vendrá después, consigue destacar, crear ciertas ansiedades y, por último y lo más importante, tener una personalidad. Aunque a veces se diluya y quiera abarcar mundos enteros, nunca llega a perder su diana.
10. The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring es una buena película. Grande, excesiva, de luces y sombras. Hay aventuras de primer nivel, y eso es siempre de agradecer. Quizá en su día volamos demasiado alto con ella, pero es que hay mucho en ella que lo merece.